No me cabe en la cabeza, «ergo» no es posible

No me cabe en la cabeza, «ergo» no es posible

En 2007 tuvimos los primeros indicios de que la economía no iba del todo bien. Las viviendas, de repente, dejaban de venderse al superar la oferta a la demanda. Ante esta situación, creo que la mayoría pensó lo mismo que yo: el precio de la vivienda tendrá que bajar. Era lo lógico. Sin embargo tal vez recuerden que por todas partes, en el supermercado, en la cafetería… y sobre todo en las tertulias de radio y televisión, oíamos la misma cantinela: “Lo que pasará es que el precio se estabilizará, y no subirá más. Pero no puede bajar. Es imposible”. Bueno, menos de un año después de esas poco proféticas palabras, el precio de la vivienda comenzó a bajar de forma espectacular. ¿Cómo es posible esta falta de previsión? Sencillamente, mucha gente había invertido su dinero (y esperanzas) en el ladrillo y no quería ni pensar en la posibilidad de tener pérdidas. No les cabía en la cabeza. Algo similar ocurrió cuando me casé con el banco, quiero decir, cuando firmé mi hipoteca, en 2005. El Euribor estaba al 2.2%, pero existía la posibilidad de contratar una hipoteca de interés fijo; eso sí, al 4.5%. Ante mi pregunta de si no sería una buena alternativa, el banquero me contestó: “No, porque el Euribor nunca pasará del 4.5%”. Le pregunté que cómo sabía eso, haciéndole ver que sólo cuatro años antes el Euribor ya había estado por encima de ese valor. Condescendiente, me respondió con un argumento irrefutable: “Ten en cuenta que ahora los bancos estamos dando el 2.2%. Si llegara al 4.5%, subiría a más del doble y la gente que está ahora contratando hipotecas no podría afrontarlo, y sería una catástrofe. Es imposible”. Sencillamente, no le cabía en la cabeza. Tres años después, el Euribor llegó al 5.4% (aunque afortunadamente para muchos hipotecados, luego volvió a bajar).

En ambos casos encontramos el mismo argumento: no lo entiendo, me da miedo, me supera… vamos, no me cabe en la cabeza, luego no puede ser, es imposible. Este argumento no se limita al campo de la economía. Lo encontramos en todas partes: a los contrarios a Galileo no les entraba en la mollera que pudiera haber montañas en la Luna, por tanto, el telescopio no funcionaba; a los miembros del partido político A no les cabe en la cabeza la posible corrupción de uno de sus líderes, por tanto todo es una conspiración del partido B; a los creacionistas no les entra que durante la inmensísima mayoría de la historia de la Tierra, el hombre no pintara nada, por tanto el mundo tiene menos de 10.000 años; a un creyente le supera la idea de que la vida termine con la muerte, conclusión: es imposible; mi pescadera no entiende cómo puede ella haber evolucionado a partir de animales parecidos a la mona Chita, «ergo» los científicos no lo han entendido bien. Es normal. Es un mecanismo innato de defensa en el ser humano. En muchos de los casos lo que subyace es la falta de información, ya que cuando conocen los datos que ignoraban, llegan por sí mismos a la conclusión correcta. En cierta forma, es una versión perversa del conocido lema del Renacimiento. La propia ignorancia como medida de todas las cosas.

El problema está cuando la creencia se mantiene a pesar del peso de las pruebas en contra (por cierto, justamente eso es lo que diferencia a la ciencia de la pseudociencia –bueno, eso y el lucro económico que suele acompañar a la segunda). Esta enfermiza forma de pensar es particularmente crónica en los conspiranoicos, cuya justificación ante las pruebas en contra suele ser que todo es una conspiración de la comunidad científica y la clase política (vamos, el aceite y el agua) que se han puesto de acuerdo para ocultar la “verdad”. Dado el tema de este blog, me voy a centrar en una conspiranoia que nos resulta especialmente molesta a los astrónomos: la de si el hombre llegó a la Luna. En la cabeza de esta gente simplemente no cabe la idea de que seres humanos como ellos hayan podido caminar sobre la superficie de esa bolita blanca que ven de noche en el cielo. Por tanto, nunca sucedió. Los argumentos que esgrimen son, en muchos casos, infantiles, y ponen en relieve principalmente su propia ignorancia, por ejemplo, de los más elementales principios de perspectiva o de fotografía.

Uno de estos argumentos denuncia la ausencia de estrellas en las fotografías: Todos sabemos que de día no vemos las estrellas porque la atmósfera dispersa la luz del Sol. Pero si no hubiera atmósfera, seríamos capaces de ver las estrellas incluso de día, como ocurre durante un eclipse total. Bien, en la Luna no hay atmósfera ¿dónde están por tanto las estrellas? El problema reside en que las estrellas brillan muy poco. Si se ajusta la exposición para que salga correctamente expuestos los astronautas y el suelo lunar (blancos, y por tanto muy brillantes), las estrellas quedan subexpuestas. Si expongo bien las estrellas, en lugar de suelo y astronautas lo que veré será una confusa mancha blanca. Haga usted una fotografía nocturna de un objeto muy brillante en primer plano y verá que no salen las estrellas.

Otro de los argumentos favoritos es el de la bandera que ondea al viento: ¡Pero si en la Luna no hay viento! Evidentemente, la falacia está en la propia frase “la bandera que ondea al viento” que asume que la única manera que tiene una bandera de ondear es con el viento. Pero precisamente, como no hay aire, en la Luna una bandera ordinaria colgaría como un trapo y no se vería bien. Por ello se añadió un bastidor horizontal en la parte superior para mantenerlas bien visibles. Esta estructura metálica es muy sensible a las vibraciones, y funciona casi como un diapasón musical. El propio acto de plantarla le transmite vibraciones suficientes para hacerla ondear, de una forma muy característica. Cualquiera que vea estos vídeos se dará cuenta de que lo que la bandera hace cuando la clavan y enroscan es vibrar, no ondear con el viento. Pero claro, vende más una interpretación maliciosa.

Por no extenderme más, termino con el argumento de las sombras no paralelas: el Sol está muy lejos, por lo que sus rayos vienen paralelos. Por tanto, las sombras deben ser también paralelas. Pero en las fotografías lunares vemos que no lo son, luego debe haber más fuentes de luz, ergo ¡son focos en un plató! De nuevo, el falaz argumento se desmonta solo. Si uno usa dos focos de luz ¡lo que se obtiene son dos sombras por cada objeto! Y no es eso lo que vemos en las fotos de las Apollo. Además, cualquiera que haya hecho una foto en el exterior un día soleado, verá cómo las sombras de los objetos fotografiados no aparecen paralelas (aunque sí lo sean) debido a la perspectiva. Y si encima el terreno no es plano sino sinuoso, como en la Luna, la dirección de las sombras puede cambiar enormemente.

Si lo anterior le ha sabido a poco, le recomiendo un documental de la serie MythBusters en que se trataron punto por punto todos los argumentos conspiranoicos. Incluso llegaron a simular la gravedad lunar con un avión en caída controlada para demostrar la plausibilidad de los movimientos de los astronautas. Si se lo perdió, lo puede encontrar en youtube: https://www.youtube.com/watch?v=Wym04J_3Ls0&list=PL9FC955C2787FCE26

Pero si a pesar de todo sigue sin estar convencido de si se fue o no a la Luna (lo cual es comprensible ya que, después de más de 40 años, no se ha vuelto a hacer un esfuerzo serio por volver –y eso tiene delito), permítame que le dé dos argumentos de peso. Uno de ellos pesa concretamente 382 kg. Esa es la cantidad de rocas lunares que trajeron de la Luna los astronautas de las misiones Apollo y que se encuentran repartidas por laboratorios de todo el mundo; rocas que son imposibles de encontrar en la Tierra pues, entre otras características, están recubiertas de microcráteres de impacto por la larga intemperie lunar. El otro es sociológico: cuando la aventura lunar tuvo lugar, estábamos en plena competencia USA-URSS. De hecho, la Unión Soviética tenía espías dentro de NASA durante los alunizajes, y una tecnología equiparable que les permitiría detectar el fraude. Tenía también una buena motivación para mostrar al mundo el presunto engaño de los americanos: dejar en ridículo al competidor. Pero no lo hicieron. Y conociendo a los seres humanos, la única explicación de que no lo hicieran es porque no pudieron. Sencillamente, porque sí ocurrió.
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Versión originar publicada en Mètode.