Vivir en el espacio

Vivir en el espacio

El 20 de julio de 1969 marcó una generación: Neil Armstrong dejó unas huella sobre la arena de otro mundo y de repente todos los niños supieron qué querían ser de mayores. Aparecía un nuevo tipo de héroe y además de futbolista, como Gento o Amancio (quizás porque la Guerra del Fútbol entre Honduras y El Salvador no dejó un buen sabor de boca), los niños quisimos ser astronauta. Yo fui uno de ellos, y aunque me perdí por meses el zapateado de Armstrong en el Mar de la Tranquilidad, cuando siendo niño jugaba con mi cohete de latón por las calles de El Cabañal, ya tenía claro que de mayor exploraría el espacio y caminaría por otros mundos. Al fin y al cabo, si en 1969 ya podíamos andar sobre otro astro, seguro que 20 o 30 años después tendríamos colonias sobre Marte y explotaciones mineras en los asteroides. Por tanto, compré literatura especializada en el tema para estar bien formado cuando llegara la hora. Ejemplares que hoy ocupan un lugar especial en mi biblioteca: Flash Gordon, Tintín, Barbarella… comics en los que se mostraba un futuro optimista en el que la ciencia resolvía los problemas, y la Humanidad se desarrollaba y expandía por el espacio.

Lamentablemente, la realidad va mucho más despacio que mis predicciones, y hemos perdido parte de aquel ímpetu por dejar huellas en el cielo. Ahora lo que de verdad “mola” es cantar en un reality. Yo por mi parte he llegado lo más cerca que he podido del espacio: a mirarlo con ansia desde la cima de una montaña. Esta falta de reprise de la exploración espacial se debe en buena parte a que los viajes espaciales nunca se han llegado a convertir en algo rutinario. Como cuenta Ángel Gómez Roldán en su “Crónicas de la exploración espacial”: «El viaje espacial aún está en su infancia. […] Desde el Sputnik I en 1957, se han lanzado hacia el espacio (a la órbita terrestre e interplanetaria) poco más de 4.500 cohetes. […] Hasta marzo de 2004 solo 434 astronautas han subido al espacio en 243 vuelos tripulados diferentes. […] Los cohetes siguen fallando de un 2 a un 5% del tiempo, y este porcentaje es así independientemente de quién los construya o qué configuración se use».

Con todo, ha habido mejora, principalmente desde que la iniciativa empresarial puso sus intereses en el cielo. La mayor cantidad de lanzamientos de cohetes se ha realizado con fines comerciales, para poner en órbita satélites de comunicaciones o de toma de imágenes terrestres (con diversos fines), iniciando un camino que ayuda a desarrollar la tecnología, encontrarle nuevas aplicaciones y hacerla algo más rutinaria y segura. Al fin y al cabo la web, que se desarrolló como herramienta de intercambio de información entre los científicos, no llegó al desarrollo espectacular en que hoy en día está inmersa hasta que los no-científicos comenzaron a encontrarle nuevas aplicaciones, en buena parte comerciales. Algo similar necesita la exploración espacial.

Si bien de momento la iniciativa privada se ha limitado, como decía, a satélites y poco más, estamos comenzando a ver un nuevo tipo de expansión comercial en el espacio que tal vez pueda suponer un empujón definitivo a aquel viejo sueño que tuve de niño. Se trata del turismo espacial. Comienzan a proliferar empresas que buscan desarrollar naves espaciales comerciales propias, buscando nuevos enfoques, a fin de llevar a sus clientes por encima de la atmósfera sólo por el gusto de ir allí, sin tener que hacer autostop en un trasbordador espacial. Algunas de ellas comienzan a cosechar sus primeros éxitos, como Scale Composites, que en 2004 consiguió hacer volar en dos ocasiones la SpaceshipOne en vuelo suborbital (a más de 100 km de altura), ganando el premio Ansari X-Prize y proclamándose la primera nave espacial privada. La empresa Space Adventures, quien ya ha puesto a turistas en órbita mediante acuerdos con las principales agencias espaciales, propone ir más allá, y ofrece en un futuro cercano vuelos de circunvalación a la Luna, por el módico precio de 100 millones de dólares, a bordo de un Soyuz. Por último, Space Island Group, quien contaba con el apoyo del difunto Arthur C. Clarke, planea construir auténticos “camiones espaciales” para intercomunicar una futura red de estaciones orbitales.

También están elaborándose los primeros proyectos serios de hoteles en órbita: Bigelow Aerospace ya ha lanzado módulos de prueba, probando la factibilidad de un nuevo concepto: la estación espacial hinchable. Su lema lo dice todo: “Getting you excited again about space”. Otras empresas le siguen de cerca, como la Galactic Suite, formada por un racimo de módulos en forma de lágrima y diseñada por arquitectos catalanes. Otros incluso proponen ya un hotel lunar, como el arquitecto danés Rombaut, a prueba de rayos cósmicos y dilataciones térmicas extremas.

Uno no puede evitar pensar que existe cierto tipo de paralelismo con el salvaje oeste americano: después de que los pioneros abrieran el camino, fue necesaria la llegada de los buhoneros para que se asentaran definitivamente los colonos.
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Versión original publicada en Mètode.