Una forma para la inteligencia

Una forma para la inteligencia

¿Existen otras inteligencias en el universo? ¿hay otras civilizaciones entre las estrellas? El programa SETI lleva desde hace décadas intentando responder a esta pregunta, realizando para ello una exhaustiva búsqueda de señales entre las estrellas que provengan de otras especies con tecnología avanzada (requisito éste indispensable, ya que si no poseen tecnología, por muy inteligentes que sean, no seremos capaces de detectar ninguna señal de su existencia). Por el momento, salvo algunos breves y excitantes momentos en que creímos oír algo, nada hemos detectado con certeza, y esta pregunta (posiblemente una de las más importantes) sigue sin respuesta. Sin embargo la ciencia ficción no ha tenido empacho en superar esta etapa de incertidumbre y concluir que, efectivamente, sí tenemos vecinos galácticos. E incluso se ha atrevido a aventurar cuál puede ser su forma. De todos resulta bien conocida la atractiva cara del primer oficial científico de la nave Enterprise, el señor Spok, híbrido de humano y vulcaniano: unas simples orejas puntiagudas y, voilà, ya eres alienígena. Por supuesto, en este caso se trataba de una concesión al rigor científico por las exigencias del bajo presupuesto de la serie original Star Trek. Sin embargo, presupuestos más abultados no han avanzado mucho más allá en sus diseños, y el chauvinismo por la forma antropomorfa es un lugar común. Tanto el cine como la literatura de ciencia ficción abunda en humanoides bípedos, de formas más o menos variadas, desde los clásicos marcianos verdes, bajitos y cabezones, al variopinto repertorio de la serie La Guerra de las Galaxias. Pero lamentablemente, salvo en contadas excepciones, no encontramos en estas obras nada realista, nada que pueda conciliar las necesidades reales de una especie inteligente tecnológica, con la variedad de formas y esquemas corporales que la evolución puede proporcionar a seres de otros mundos. Quizás se trate de una simple falta de imaginación. O tal vez los humanos sólo podemos creer que algo es verdaderamente inteligente si se nos parece físicamente de algún modo.

Una curiosa excepción la constituyen los marcianos de «La Guerra de los Mundos» de Herbert G. Wells. Wells era un autor victoriano de lo que hoy llamaríamos hard science fiction: ciencia ficción que trata de ser estrictamente rigurosa con la ciencia establecida en su época. Wells era un buen conocedor de la ciencia de su tiempo, y conocía bien la teoría de evolución por selección natural de Darwin. Por ello, sabía que era del todo imposible que una inteligencia extraterrestre, con una historia evolutiva completamente distinta a la nuestra desarrollada en un planeta diferente, acabara con una forma humanoide que se nos pareciera siquiera remotamente. Así, los marcianos de Wells son una especie de gran masa central donde está el cerebro, los órganos de los sentidos y la boca, desde la cual salían unos tentáculos que dotaban a estos seres de capacidad manipuladora, una capacidad que parece absolutamente necesaria en cualquier inteligencia que desarrolle una civilización tecnológica. Esta especie de cefalópodos de pesadilla, en su planeta de origen podrían mantenerse erguidos sobre sus tentáculos, pero en la Tierra, la mayor gravedad de nuestro planeta los hacía caminar aplastados contra el suelo. Por supuesto, este acierto de Wells fue «corregido» en ambas versiones cinematográficas (la de 1953 de Byron Haskin y la más reciente de 2005 de Spielberg), donde convirtieron a los marcianos en humanoides bajitos y cabezones (¿les suena?).

Claro está, a pesar de la buena voluntad de Wells por ser científicamente correcto, al parecer no pudo evitar pecar de cierto chauvinismo terrícola al diseñar sus marcianos, y los dotó de una característica que compartimos con buena parte de los animales terrestres: la simetría bilateral. A pesar de que ésta no sea una característica imprescindible en los seres vivos. Las plantas en general no tienen simetría bilateral, y muchos animales, como las medusas, los erizos o las estrellas de mar, tampoco, por lo que uno podría pensar que los marcianos de Wells no tendrían necesariamente que tener simetría bilateral. ¿O sí? ¿Se trata verdaderamente de chauvinismo terrícola, o de una genial intuición del escritor?

¿Por qué tenemos simetría bilateral? ¿Por qué no la tienen otros seres? Como Martin Gardner cuenta de forma magistral en su libro «El universo ambidiestro», el origen de nuestras simetrías y asimetrías nos viene impuesto por el exterior. En general, las tres dimensiones espaciales son equivalentes, y existe una simetría entre ellas tres. Si flotáramos en el espacio interestelar, no habría manera de marcar una de las tres dimensiones como privilegiada respecto a las demás. Pero no estamos en el espacio. Vivimos en un mundo con un campo gravitatorio que siempre apunta hacia el centro de la Tierra. Esto define para cada ser vivo del planeta un arriba y un abajo, y rompe la simetría entre las tres dimensiones. La dimensión arriba-abajo es especial. Los seres vivos tienen que vivir «luchando» contra este campo gravitatorio, y esto los dota de una asimetría arriba-abajo. Incluso a los seres acuáticos, pues los objetos más densos que el agua caen hacia abajo y los menos densos flotan hacia arriba. Si a un organismo pluricelular lo ponemos boca abajo, notaremos al instante la diferencia, tanto si se trata de un árbol, como de una medusa, como de un hombre. Mis pies son diferentes de mi cabeza. La excepción la encontraremos en organismos unicelulares sencillos. En este caso, la viscosidad del líquido a su escala les impide flotar o hundirse, y a efectos prácticos, para ellos no hay un arriba ni abajo. Por ello, encontramos numerosos organismos unicelulares en los cuales es imposible señalar su parte superior y su parte inferior.

Como conclusión, este tipo de asimetría arriba-abajo esperaremos encontrarla también en las formas de vida de otros mundos. ¿Qué hay de la asimetría delante-detrás? Ésta se produce cuando el organismo tiene necesidad de avanzar a cierta velocidad. Los seres que no se mueven, como las plantas y los corales, tienen simetría axial, esto es, no hay manera de determinar cuál es su parte delantera. Para ellos no hay ninguna dirección horizontal que sea privilegiada. Algo similar ocurre con los seres cuyo movimiento es lento, como las estrellas de mar. Pero si uno tiene necesidad de moverse deprisa, hay que romper esa simetría para ser eficiente, es imprescindible dotar al organismo de una parte delantera y una trasera. De esta forma se genera la asimetría delante-detrás, que junto con la asimetría arriba-abajo, dota al organismo de simetría bilateral. Y por ese motivo un avión será siempre más eficaz que un platillo volante para surcar los cielos. Por otra parte, dado que en el mundo no hay nada que haga que la derecha sea más privilegiada que la izquierda, o viceversa (con perdón de la política), los animales conservan su simetría bilateral. Por supuesto, hay algunas excepciones, como cuando decides echarte sobre el fondo del mar siempre sobre un lado, como los lenguados. En ese caso en una dirección habrá arena y en la otra habrá depredadores que forzarán al organismo a romper tu simetría bilateral, y a que los lenguados adquieran su gracioso aspecto.

En conclusión, si los seres extraterrestres se mueven de una forma eficiente, esperaremos que tengan simetría bilateral. Otra guía para intentar imaginar la forma de seres extraterrestres será la convergencia evolutiva. Es bien conocido que el extinto ictiosaurio, el tiburón y el delfín (respectivamente un reptil, un pez y un mamífero) debido a su necesidad de nadar deprisa en los océanos, llegaron a una forma corporal casi idéntica. Sencillamente, esa forma es la solución correcta al problema. Por ello, esperaremos una forma similar hidrodinámica en los seres que naden rápidos en los fluidos de sus mundos. Hay otros ejemplos de convergencia evolutiva en nuestro mundo que dan un apoyo estadístico a que las mismas soluciones se hayan adoptado en otros planetas. Por ejemplo, se estima que el ojo se ha desarrollado en la Tierra de forma independiente unas 30 veces, uno de los mejores ejemplos de convergencia evolutiva que tenemos, lo cual no es de extrañar debido a las enormes ventajas que otorga al ser que los posee. Por ello, si la luz es un medio eficaz de transmisión de la información en el mundo de nuestros alienígenas, es de esperar que tengan ojos; posiblemente en un número par, debido a la simetría bilateral. Y por supuesto, situados de tal forma que les permita observar hacia dónde avanzan, por ejemplo, en posición frontal (aunque unos ojos traseros adicionales para cubrirse la retaguardia puede no ser mala idea). Es de esperar también que desarrollen otros sentidos, que también han aparecido en el reino animal en numerosas ocasiones por convergencia evolutiva, como el tacto, el olfato y el oído (si las ondas sonoras se transmiten de forma eficaz en el mundo de nuestro alienígena, claro).

Para acabar, si nuestros extraterrestres desarrollan una civilización tecnológica, deben tener capacidad de manipulación, para poder crear herramientas y usarlas. En la Tierra se han encontrado diferentes soluciones al problema de la manipulación del entorno: la trompa de los elefantes (un labio modificado), la lengua de las jirafas, las manos (no sólo en los primates, p.ej. ahí están los mapaches), los tentáculos (en los cefalópodos, corales y otros organismos), huesos que sobresalen (como el pulgar del panda), las mandíbulas de las hormigas y otros insectos… en fin, un amplio repertorio de posibilidades entre las que elegir.

Y poco más se nos van a parecer los extraterrestres en realidad. A partir de estos condicionantes mínimos, el resto es ya trabajo de la imaginación. Cualquier otra semejanza con nosotros que incluyamos en el diseño de un alienígena será gratuita y estará poco justificada. A la vista de todo esto podemos concluir que H. G. Wells hizo bien su trabajo, y sus marcianos son casi un ejemplo «de libro» de cómo debería ser en realidad el primer oficial científico de la Enterprise. Por si tienen curiosidad, ahí va mi intento:

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Inicialmente publicado en Mètode.